El pasado miércoles, 31 de octubre, recibimos en Cafebrería Ad Hoc una visita muy especial. Un monstruo de doscientos años estuvo paseándose por nuestras estanterías y salones: Frankenstein o el moderno (eterno) Prometeo.
El día de los muertos, noche de terror y velatorio y cuentos de fantasmas y, en su versión más actualizada, caramelos y calabazas, coincidió (más o menos, la publicación fue en enero de 1818) con el bicentenario de la primera edición de la novela de Mary Shelly, Frankenstein.Y, como no podía ser de otro modo, le dedicamos el día entero.
Para empezar, si venías y te sacabas un selfi con tu libro de terror favorito, te regalábamos un descuento en cualquier libro que eligieses llevarte.
También estaban nuestras ventanas. Inundadas de ilustraciones terroríficas (geniales y que aún puedes ver durante unos días más) traídas por la artista Alicia Solinis (fotos abajo), ayudaron a crear ese ambiente oscuro y pavoroso que solo consiguen los callejones de Londres y las cartas de hacienda.
Por la tarde llegó, como plato principal, la visita de Inés Mendoza y Julio Monteverde, quienes nos deleitaron con una charla de dos horas (que se hizo corta, créanme) sobre la novela de Shelly, el romanticismo, el contexto social y político de la autora y la respuesta a cualquier pregunta que el público se atrevió a hacerles.
Mágicos ambos. Frikis y románticos. Para llevárselos a cenar, tirados en cualquier lectus triclinaris mientras nos recitan algo al azar. Y sabios. Y cultos del tema. Fue realmente interesante. Y, como en cada una de nuestras visitas estelares, nos fuimos todos sabiendo un poco más y, por ende, menos seguros de conocimientos. Alguien dijo algo de alguna orgía, por cierto. No me atrevo a decir más.
Y se bebieron cervezas de La Virgen y se comieron algunas exquisiteces de nuestra carta y se vendieron libros (abundancia en libros románticos ese día, vete tu a saber…) y la gente entró en comunión y discutieron afablemente temas universales y opiniones individuales. Y al final, rozando ya las diez, volvimos a salir al mundo. Pero esta vez cargados de deseos de construir humanos a base de telas e injertos de cartón, de convertirse en murciélago y de comprarse algún ejemplar maldito sobre las ciencias de la alquimia. Alguno salió para comerse unas sardinas y poco más. Pero seguro que esa noche las espinas estaban rebozadas en cicuta.
Gracias por el tiempo y nos vemos en la próxima.