Las moradas de arcilla,

Artistas invitados:

La primera cerámica de autor que tuve en mis manos creo que fue de Francine Delpierre, amiga de mis padres, como lo era de Sergio de Castro y de Julio Cortázar. Más tarde, he acariciado otras de Josep Llorens Artigas, al que mi madre expuso en Ponce, y del que Pierrette Gargallo poseía cosas preciosas (algunas, en colaboración con Marquet), y de Antoni Cumella, estas en las respectivas casas de Dolores Catarineu, y de Francisco Capuleto. 

Pienso en la arcilla, y pienso en piezas como las que acabo de evocar, y en otras de valencianos como Alfons Blat, Arcadio Blasco, Enric Mestre o Miquel Navarro, o en las incursiones en este campo de Fontana, Leoncillo, Asger Jorn, Tàpies, Chillida, o Miquel Barceló.

Creciente es el interés por la arcilla de nuestros artistas de hoy, que cada vez más trabajan en esta senda. Por eso, cuando hace unos meses Lola Vivas me habló de comisariar una muestra en Cafebrería ad Hoc, a bote pronto le dije que sí, y le propuse que fuera de cuatro pintores-ceramistas. Tras barajar otras opciones, la he titulado Las moradas de arcilla. Un título que encuentro que suena a libro vanguardista uruguayo o peruano.

Googleando para saber si no existía ya, sólo he encontrado que, en 2002, cuando expusieron en el IVAM a Charles Simonds, consideraron sus trabajos como “moradas de arcilla”. Por lo que al final Lola ha recurrido, para el cartel de la muestra, a la fotografía de una de las instalaciones del norteamericano, cuya obra ya me interesaba cuando yo era un teenager.

El primero de los cuatro al que vi trabajando el barro es el ciudadrealeño Eduardo Barco. Hace ya unos años, me enseñó algo de lo que estaba haciendo, muy cerca de casa y de la propia Cafebrería, en la Escuela de Cerámica, que está en el entorno de San Antonio de la Florida. Barco es un creador multifacético. Pinta cuadros de una geometría compatible con el organicismo, crea piezas tridimensionales, es un consumado dibujante… Su curiosidad es inmensa, tanto respecto del arte del pasado, como del contemporáneo. En las tres piezas que he elegido en su estudio de Carabanchel, se manifiesta como un heredero de ciertos constructivismos thirties, tipo Abstraction-Création, y como hermano de colegas europeos como Helmut Federle o Ernst Caramelle.

Por lo que se refiere a Miguel Galano, al que he dedicado una de las pocas monografías que he dedicado a un pintor, su modo tan suyo de decir el mundo, ya sea su Asturias natal, Lisboa, París, o algunas ciudades del Norte y Este de Europa, lo ha trasladado a unas plaquitas blancas, esenciales, al borde de la pura nada, que hasta ahora sólo ha enseñado en su tierra, con lo que las tres que he seleccionado aquí constituyen una primicia para el espectador madrileño. Me emocionan las tres: una de sus características casas del Occidente asturiano, unas farolas parisienses, y una geométrica fachada de la calle Slawkowska, en mi querida Cracovia.

Luis Palmero, tan estrechamente ligado al anterior, con el que en 2019 realizó una muestra conjunta (De mar a mar) en Las Palmas, en la galería de Manuel Ojeda, acompañada de una carpeta en que además de ellos dos colaboramos Andrés Sánchez Robayna y el firmante de estas líneas), fue el tercero en aparecérseme como ceramista. Desde su Tenerife natal, desde su metafísica ciudad de La Laguna, desde su luminoso estudio, dice, también con este medio, sus arquitecturas populares inspiradas en las que pintaba el grancanario José Jorge Oramas, su mar, sus geometrías sensibles, su minimalismo ídem…

Y Ruth Morán, badajozeña hoy residente en Sevilla. Tras detectar su nombre, antes de conocerla en persona, en diversos certámenes del Sur, la primera individual suya que vi fue la que en 2015 presentó en la galería que tenía entonces Natalia Gomendio en Neuilly. La pintora siempre ha demostrado tener una gran capacidad para sacar, como decía el poeta, “de la sombra lumbre”; y para tejer, en el negro, unas redes luminosas, unos enjambres de líneas que nos hacen pensar en lo mejor de una cierta herencia de las modalidades más líricas y temblorosas de la abstracción. Es, de los cuatro, la que más se atiene al canon de la cerámica, aunque luego sea capaz de reventarlo en la pieza de mayor formato de las tres, integrada por una estructura de repetición de tubos, hermana de otra que acaba de adquirir el Museo de Arte de Santander