Que me coma el tigre
Comisario Luis Francisco Pérez
Artistas invitados:
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David Trullo
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Santos Trullo
Desde finales de la década de los sesenta, y hasta su temprana muerte a principios de los ochenta, el fotoperiodista Santos Trullo (Madrid, 1938-1984) reflejó en diarios y revistas ya desaparecidos múltiples personajes pertenecientes a dos sociedades concretas: la taurina y la folclórica. Dos universos específicos que sin poder ser calificados de “tribus urbanas” (expresión que llegaría más tarde) sí podemos hablar de dos realidades sociales que estuvieron muy presentes desde finales del franquismo hasta el primer gobierno socialista, dos años antes de la muerte de nuestro protagonista.
A partir de entonces fueron muchos y diversos los cambios socio culturales acaecidos en nuestro país. Pues bien, manteniendo este marco temporal (los años inmediatamente anteriores y posteriores a los conocidos como “los de la Transición”) es el que ha utilizado David Trullo (Madrid, 1969, e hijo de Santos) para crear la instalación Que me coma el tigre – Conceptual folclórico desde la Transición, con fotografías y documentación gráfica pertenecientes, casi toda la obra expuesta, a su progenitor.
Digamos, entonces, que el material seleccionado y exhibido pertenece a Santos, siendo de David la interpretación de un determinado pasado por medio de una instalación o intervención, en un espacio concreto, que se contempla (y se lee) desde nuestro presente.
Homenaje filial, ¿y algo más?
Que me coma el tigre es, ciertamente, un homenaje filial, pero si únicamente fuera eso no tendría el interés público (cultural, artístico y social) con que David ha deseado lograr en esta instalación, y que si bien es unitaria por el referente utilizado (el trabajo foto periodístico de Santos Trullo), la misma intervención posee diferentes escenografías, o diferentes “capillas”, que conforman y definen el trabajo instalativo, por así decir, realizado por David Trullo. Básicamente nos encontramos antes una rara situación creativa (no sabemos si nos quiere comer el tigre o ser comidos por él) profundamente reflexiva sobre el Ser (seres) y la Memoria (compartida u olvidada o no vivida, poco importa aquí la circunstancia), y tomando como referencia iconográfica personajes que en su día pertenecieron a la doble farándula del toreo y la música popular. Personajes que excepto algunos gloriosos ejemplos ya son la mayoría pasto de la insignificancia y el olvido.
El tigre
El tigre es motivo recurrente en algunos de los más bellos poemas de Borges, sin duda ejemplo de noble y muy alta cultura, pero también fue cantado por Lola Flores, del que este año se cumple el centenario de su nacimiento, y que también es ejemplo de noble y no menos alta cultura popular. Podemos entonces pensar que la instalación de David Trullo persigue (el verbo utilizado es el apropiado) un doble propósito: recrear un hipotético tigre que es tan conceptual y culto como “la hora del ocaso amarillo” del felino borgiano; pero también que ese mismo tigre sea tan salvaje, vital y peligroso para que, tal como cantaba Lola, querer comer “nuestra carne morena, nuestra carne sabrosa”. Pero Ser y Memoria pueden ser igualmente interpretados como Tiempo y Espacio. Ello me lleva a recordar una misteriosa y bella idea de Foucault donde afirma que el presente se divide entre “los devotos descendientes del tiempo y los encarnizados habitantes del espacio”.
Pienso sinceramente que la frase del filósofo francés puede ser un buen epílogo para acabar esta presentación, pues, en esencia, de eso trata esta admirable e inaudita instalación: del espacio que a todos nos fue dado habitar y del olvido que seremos. Y si de una forma más sencilla queremos hacer una lectura entre sentimental y nostálgica de este hermoso tigre (tenemos derecho a ello) pues recordemos a Barbra Streisand cantando The Way We Were. Y no es necesario haber vivido un “pretérito imperfecto” para sentirnos Tal como éramos.