Referencial (Tusquets editores), de Ignacio Ferrando
[Por Lola Vivas]
Ayer por la noche, terminé «Referencial» de Ignacio Ferrando. Admito que esas últimas páginas que me quedaban, las leí con cierta ansia, con ganas de llegar al final. No solo por la voz –una voz envolvente y obsesiva, neurótica–, sino por mi propio deseo a esas horas del día, que por determinadas circunstancias que a todos nos ocurren de cuando en cuando, me hicieron empatizar con el deseo autodestructivo del propio personaje. Quise ver y vi lo que ya sabía. Quise confirmar lo que, de una forma tan rotunda, plantea la novela de Ignacio Ferrando, ese «no puede ser pero es» a medio camino entre la profecía y el desastre.
El desenlace, me hizo cerrar el libro con ganas de releer determinados pasajes, sobre todo aquellos en los que la búsqueda de identidad por parte del personaje se tambalea entre el «deseo de ser» y el «deseo de ser otro». Y así lo hice. Me tiré un buen rato releyendo fragmentos en los que las dudas y falsas certezas de Ismael («llamadme Ismael»), nos hacen preguntarnos acerca de si actuamos de la forma en que lo hacemos por decisión propia o todas nuestras acciones forman un tejido viscoso entre algo que en parte somos y en parte deseamos y/o tememos ser. Se unen aquí ambos polos, el miedo y su reverso, la fantasía del deseo que convergen en una terrible pregunta: ¿estamos abocados a ser alguien con una única identidad y qué significa realmente eso? ¿Nos construimos realmente o hay algo externo –referencial– que nos construye?
Magnífica novela la de Ignacio Ferrando. Bien documentada, escrupulosamente armada con una estructura impecable y un personaje principal lleno de matices y recovecos al que (¡gracias a Dios!) cuesta «querer». Y de fondo, como telón y como excusa, el arte, el mundo del arte desplegando su abanico de hipnosis y gloria. Laberintos. Duplicidades o ser alguien aunque «ese alguien» sea un completo desconocido. Y es que lo perverso, como corrupción del orden habitual de las cosas, en Referencial sucede en forma de múltiples espejos en los que podemos y no queremos vernos o, a lo más intuimos, como ocurre con la mirada fulminante de Medusa, que de hacerlo a conciencia, quedaremos petrificados.