Junto a la autora estarán la poeta y periodista Esther Peñas y Luis Francisco Pérez, crítico de arte y comisario independiente.

“Cachorros de arena”, en suma, es una obra cuidada, sólida, enteramente contemporánea; un libro con fondo y sensibilidad, que no solo admite la relectura, sino que incluso la reclama, pues su riqueza de tonos y matices se va entregando por perfiles, por aproximaciones, como ha ocurrido siempre —y todavía ocurre a veces: felicitémonos— con la Literatura de verdad.

Ángel Zapata en el prólogo del libro

Los relatos que componen Cachorros de arena nos acercan a esa cierta extrañeza que constantemente se manifiesta en la convivencia de los unos con los otros. ¿Cómo es posible que nos produzcan placer actos grotescos? ¿A qué edad deja eso de ser natural? ¿Conectamos de manera implacable con el fingimiento y nos resulta insoportable lo real? Ahí hay algo que siempre queda en la sombra. Y es perturbador y nos desasosiega porque en el fondo, cada uno de nosotros, se reconoce habitando en esa penumbra. En este sentido el libro se mueve en el terreno de lo que desconcierta, el misterio de lo que somos, eso que nos causa perplejidad porque está fuera del orden habitual de las cosas. Incluso, de alguna forma, golpea ese orden natural en una época en la que parece que solo buscamos certezas y seguridad.
Por otro lado, no habría que asociarlo con lo enigmático, ya que ahí estaríamos hablando de encubrimiento, de poner las cosas más difíciles con el objeto de provocar la búsqueda de una solución. Una especie de acertijo. Y eso no se respira en los textos. En ellos hay algo mas ambiguo, más cercano al terreno de la supervivencia, a no querer sentirnos identificados en ninguno de los casos con determinadas cosas porque eso nos acerca de alguna forma a la muerte. Es decir, nos deja fuera en vez de dentro. Pero se trata de una supervivencia llena de ambigüedad por mucho que nos pese. De contradicciones y deseos ocultos que constantemente aplacamos para no vernos reflejados en eso que les pasa a los otros, esa zona de umbría permanente que nos habita y que en gran medida nos gobierna. 

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