A Mar del Rey le gusta compartir las buenas historias, esas que emocionan, dejan sus ondas en nuestra memoria como una melodía y no se olvidan.

De niña vivía en una casa repleta de libros, había libros en la cocina, en el pasillo, en el salón, en el dormitorio, en el cuarto de estar, libros en todas partes. No es de extrañar teniendo en cuenta que viene de familia de editoras. Su madre hacía libros, su abuela hacía libros, su tía abuela hacía libros y su bisabuelo hacía… ¡sorpresa!: Libros.

Ha escrito: Leopoldo no es un topo, Las gallinas de Maitina, Oyraborá, Gato enamorado y colaborado en El dragón lector y sus amigos y Vitamina C.

Cada noche su madre le leía en voz alta imitando las voces de los personajes de los cuentos. Cuando se hizo mayor, le recomendaba lecturas de esa biblioteca interminable. Los libros han sido para ella hermanos de vida, compañeros, abrigo, descubridores de misterios. Los atesora, los contempla, los huele, les dobla las esquinas a las páginas. Escribe mapas para volver a las partes que le gustan, los comparte, los reclama, los aprende, los pinta, los cuenta, los sueña.

Mar comenzó su labor profesional como terapeuta en oncología y después trabajó en mediación familiar donde sigue descubriendo el poder de las imágenes, la metáfora y la palabra. Esto le reafirmó la importancia del lenguaje en la promoción de la salud como creador de nuevos escenarios.

En paralelo ha estado siempre vinculada con el mundo de la narración oral, los relatos, el escenario, y el juego con el público.

Ahora está volcada en la creación de historias tanto orales como escritas. Relatos que despiertan esa curiosidad infantil y nos lleva a querer escuchar cuentos cada noche.