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«Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intenta algo que está más allá de su alcance».
Ernest HemingwayCon el ánimo de promover la creación literaria en la zona noroeste de la Comunidad de Madrid, el espacio Cafebrería ad Hoc, conjuntamente con la Escuela de Escritores, convocan el I Concurso literario “Exposiciones ad Hoc” en la modalidad de relato breve.
Fallado el I Concurso de Relato Breve exposiciones ad Hoc
¡Enhorabuena a los 57 participantes en la primera convocatoria del Concurso de Relato Breve Exposiciones ad Hoc!
Reunido el jurado, se ha llevado a cabo la selección de los diez finalistas que concurrirán al premio que se otorgará el jueves 28 de junio a las 20:00 h en Cafebrería ad Hoc, calle Doctor Ulecia 8, Pozuelo de Alarcón.
- Primer premio: Eva Nordensted, con el relato Me, myself and I.
- Segundo finalista: Jesús Gironés, con el relato Ánima.
- Tercera finalista: Natividad de Marcos, con el relato Gente, personas que esperan.
- Cuarto y quinto finalistas: los jurados concedieron un empate entre Luz Bolivia Sánchez con La manicurista y León Sendrá con Eclipse.
- Sexta finalista: Pilar Canonge con Las apariencias engañan.
- Séptimo finalista: Silvia Húmera, con Mi perro preso.
- Octava finalista: Luisa Fernanda Ruiz con Frida.
- Novena finalista: Irene Sánchez con Del sutil temblor y el final que anunció.
- Décimo finalista: Juan Antonio Martínez con Preciso instante.
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Me, Myself And I de Eva Nordesnstedt
Relato ganador del I Certamen de Relato Breve Exposiciones ad Hoc
⎯Así que a ver si lo entiendo.
El ruso ni lo miró. Se quitó la camisa y la acercó al fuego. Tenía ya la cara roja de calor, pero la camisa seguía mojada de la lluvia que le había caído encima hasta que llegó a la barraca del turco, atravesando la noche, con el cuadro a cuestas.
⎯A ver si consigues que lo entienda ⎯repitió el turco.
El ruso seguía impasible.
⎯Dices ⎯continuó ⎯que entraste en la tienda y te llevaste el cuadro.
⎯Sí.
⎯No abriste la puñetera caja, ni siquiera lo intentaste. Sólo cogiste el cuadro y te largaste.
⎯Sí.
⎯Y no porque sonara la alarma y te quedaras sin tiempo. No te dio la gana abrir la caja.
⎯No.
⎯Pues no lo entiendo.
Omar no tenía mucho que hacer contra la obstinación del ruso. Anteriormente el ruso siempre había cumplido. No temía nada: había recibido más cuchilladas que ninguno de los otros y tenía más amigos en la trena que todos los demás en el infierno.
⎯Es que no tiene sentido, joder. Sabíamos que la caja estaba llena. Era fácil. Tú mismo lo dijiste. Que era cosa de poco, que ya ibas tú solo, que para eso no te hacía falta nadie.
⎯Me gusta el cuadro.
El turco soltó una carcajada.
⎯¿Eso? ⎯dijo.
⎯Me recuerda a mi abuelo.
Ahora el turco no se atrevió a reír. El ruso se limitaba a contemplar el fuego, a dar un trago esporádico a la botella que tenía al lado. Desde donde Omar lo observaba sólo se veían su espalda desnuda en penumbra y la cabeza rubia inclinada. El ruso no estaba de humor.
El cuadro tenía pintado un tipo calvo y sonriente que sujetaba una marioneta de un bebé, o de un niño. Él mismo parecía salir del pecho de otro niño, y todo ello proyectaba su sombra sobre una pared blanca.
⎯Es un cuadro raro ⎯dijo el turco.
Omar se preguntaba si el ruso se la estaba jugando. A lo mejor sí había abierto la caja. No le habría costado nada llevarse el dinero. Pero no sería Omar quien lo acusara. No a solas. No a un ruso enorme y un poco bebido y además enfurruñado.
⎯Me vuelvo a Rusia.
«Cabrón hijo de puta», pensó el turco. «Te vas a Rusia con el dinero que me has robado y yo ni siquiera puedo echártelo en cara porque no hay testigos y además yo solo no puedo contigo».
⎯¿Por qué?
El ruso se mesó el cabello y se giró hacia el cuadro. Las llamas daban al lienzo un resplandor rojizo que acentuaba su aspecto umbrío.
⎯Mira, Omar, no te estoy engañando. Tenía que llevarme el cuadro.
⎯Lo sé, lo sé…
⎯No, no lo sabes. No lo sabes y además sé lo que estás pensando. Nunca te he fallado, ¿no? Tú me dices dónde está el dinero y yo voy y lo cojo. Nos ha ido bien así, hasta ahora.
El turco asintió.
⎯Pero esta noche he entrado en la tienda esa de libros y he visto a mi abuelo. ¿Comprendes lo que te digo? Mi abuelo mirándome desde el otro mundo. Como salido de la nada. No, de la nada no: fíjate cómo le sale del pecho al otro niño de ahí abajo. Y me he dicho: ¿y si yo soy ese niño? ¿Y si soy el otro, el que tiene mi abuelo metido en el brazo? Y mientras tanto mi abuelo mirándome y riéndose y esa sombra detrás de él como que quiere decirme algo.
⎯Ya veo.
Omar se acercó al lienzo para estudiarlo mejor. El ruso era a veces imprevisible. Ahora le había dado con el cuadro. Desde luego era una pintura inquietante. Qué significaba, el turco no podía decirlo, pero al parecer para el ruso tenía sentido.
⎯¿Así que echas de menos a tu abuelo?
⎯Turco, no entiendes nada. Mi abuelo era un cabrón que está mejor muerto. Nos daba por el culo a mí y a todos mis hermanos. Fue mi hermano mayor quien se lo cargó de un tiro.
⎯Perdona, Alex, yo…
⎯Te he dicho mil veces que no me llamo Alex, joder. «Sasha», me llamaba mi abuelo. Me llamo Alexander Antonovich Kuznietsóv, para que te enteres.
⎯Hombre, no te pongas así.
⎯Sasha… Yo tenía seis años, como el niño del cuadro. Ojalá hubiera matado yo mismo a mi abuelo.
El ruso apuró la botella y la arrojó al fuego, donde se rompió liberando los restos del alcohol y avivando la llama un instante. Luego cogió el cuadro e hizo ademán de romper el bastidor con la rodilla. El turco se interpuso.
⎯¿Estás loco? No seas burro. Ya que lo has cogido, oye, igual vale algo.
Pero el ruso no escuchaba. Echó a un lado el cuerpo del hombrecillo que le incordiaba y de una patada partió el listón central. Con la facilidad con la que se enrosca una hoja de papel retorció lo que quedaba del cuadro y lo echó al fuego.
⎯¿Y ahora qué?⎯le dijo el turco.
⎯Ahora me voy a Rusia.
Se abotonó la camisa y sacó del bolsillo del pantalón un fajo de billetes. Lo dividió por el medio y dio al turco su parte.
⎯Esto es lo que valía el cuadro.
⎯Serás hijo de la gran puta. Sí abriste la caja.
La boca del ruso se expandió en una sonrisa de dientes descuidados.
⎯Recuerda que nunca te he fallado.
⎯¿En serio te vas a Rusia?
Alexander Antonovich Kuznietsóv salió a la noche lluviosa con las manos en los bolsillos y sin otra protección que la camisa que enseguida empezó a pegársele al cuerpo. Dentro aún ardía el lienzo iluminando la barraca. Omar pensó que era un alivio deshacerse del cuadro. Y también que, en cierto modo, era un alivio deshacerse del ruso. Nunca le había fallado, pero era un tipo inestable. Inquietante, como el cuadro. Que se fuera a Rusia o que el diablo se lo llevara, le daba lo mismo. Contó el dinero. Que alguien quisiera pagar eso. El turco se guardó el dinero y pensó que eso sí le parecía un robo.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/3″][vc_message message_box_style=»solid» style=»square» icon_fontawesome=»fa fa-hand-o-down» css_animation=»fadeIn»]
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