#autorasquecambianvidas
[Por Clara Sáiz]
Sexo. Vaya palabra más rara, ¿eh?
Si la repites muchas veces acaba pareciendo un conjunto de letras sin excesiva sonoridad. Sexo. Sexo. Sexo. En inglés sex, sexe en francés, y si buscas la traducción a algún idioma guay en internet, por ejemplo, hindi, te sale este símbolo tan chulo लिंग, ¿a qué mola?
Pues sí, sexo. Voy a hablar de sexo.
¿Y qué carajo es el sexo? Ahora es cuando todos miráis el texto incrédulos, como diciendo “Tía, qué pregunta es esa, qué va a ser”. Ya… bueno. Sigamos, sexo. ¿Qué es el sexo? Si alguien me hubiera hecho esta pregunta con doce años, con dieciséis, o con, incluso, dieciocho, hubiera respondido que tener sexo, realizar la acción del sexo, consumar el sexo (vale, ya paro) significa penetración. Así, a secas. Hubiera respondido que una relación sexual consiste en que un hombre introduzca sus genitales en alguna cavidad del cuerpo humano, de una mujer o de un hombre. Esto es curioso, porque en aquella idea del sexo que yo tenía, el eje central de todo era el hombre. Por relación sexual entendía que un hombre tenía que introducir algo en otra persona. Vale, seguimos. En este momento, para ser justa con vosotros, me estoy haciendo la misma pregunta que os obligo a responder.
¿Qué es el sexo?
Para empezar, yo diría que el sexo es cualquier acción intima que genera placer a dos personas simultáneamente (cuánto hemos cambiado, y qué suerte, ¿no?). Mi nueva concepción de lo que es tener sexo abarca muchas cosas, desde una sesión de caricias hasta una penetración, si a las personas que integran la relación sexual les gusta y disfrutan con ello. Estas relaciones sexuales pueden darse entre personas de diferente género, del mismo (ojo, mujeres con mujeres también), personas con género fluido, personas sin género, etc. La cuestión importante, lo que realmente importa por encima de todo, es que el eje del sexo, en esta noción de él, ha dejado de ser el hombre, ahora es el placer.
El placer.
El placer sexual.
Bien, aquí voy a hablar de algo más serio.
El placer sexual nace del deseo, o más bien, de la satisfacción de ese deseo. Voy a repetirlo, DESEO. Deseo, sí, que no consentimiento. ¿Ya váis entendiendo por dónde voy? Consentir no es desear. Tratar de satisfacer insoslayablemente los deseos del otro, no es desear. Dejarse fluir, no es desear. El deseo es activo, y genera actividad. El deseo se nota, se manifiesta, lo sentimos nosotros y el otro nota nuestro deseo, porque el deseo habla. El deseo no es pasivo ni silencioso, ni algo abstracto que inunda el ambiente. No, el deseo, SE NOTA.
Sigo. Aprendí lo que era el deseo hablando sobre la violación (vaya cosa, mariposa). Aprendí a ubicar mi deseo, a saber, qué, cómo, cuándo y con quién me gusta el sexo hablando de las violaciones. ¿Chocante? Más chocante fue descubrir que no tenía ni idea de que significaba aquella palabra para mí. Más chocante fue darme cuenta de que mi idea del sexo solo concebía el deseo del hombre, el placer del hombre, el éxtasis del hombre. ¿Y dónde quedaba yo en esa idea? No quedaba en ningún lado, no importaba. Yo, no importaba (¿hola?).
Os preguntaréis, y si no os lo preguntáis voy a contároslo igualmente, cómo empecé a cambiar esa idea tan precaria que tenía yo del sexo. Pues todo empezó con un libro, sí, con un libro. Todo empezó con “Teoría King Kong” de Virginie Despentes, que para los que no lo sepáis en un libro que habla sobre la cultura de la violación (¿cultura de la viola…qué?). Pues sí, este libro destruyó algo dentro de mi cabecita para permitirme crear otras cosas, más bonitas, más sanas, y, sobre todo, cosas donde yo SÍ importara.
Aún sigo creando cosas, sorprendiéndome a mí misma con mi deseo, siempre tan variopinto, dejándome ser. Pero si hoy he escrito lo que he escrito es gracias a Virginie Despentes, (y a aquellas amigas tan estupendas que me lo recomendaron, claro). A ellas les debo haberme obligado a repensar eso del sexo y la sexualidad, eso que parecía tan obvio al principio del texto, eso que se da por sabido. Les debo cada instante de placer que he vivido compartiéndome con otros seres humanos a un nivel íntimo, y por supuesto, no se me vaya a olvidar, les debo mis orgasmos.
¡Gracias chicas, gracias Virginie, y gracias feminismo!