Inés Mendoza imparte cursos de escritura creativa en la Escuela de Escritores y actualmente imparte varios talleres en Cafebrería ad Hoc. Y es una gran escritora.


Inés es una especialista en el Romanticismo, el Decadentismo y el Simbolismo a nivel tisular, por convencimiento y por conocimiento. Dentro de esta corriente vital acaba de ver la luz su nuevo libro de ralatos, Objetos frágiles, publicado por Páginas de Espuma (la labor de editoriales como esta merecería mucho más que un breve comentario).

Según la reseña de este libro, «Los hombres y mujeres que caminan por sus ciudades heridas son habitantes de los sueños, sonámbulos que, como los de Keats, Shelley o Novalis, nadan en el corazón de lo contradictorio: luz y sombra, erotismo y muerte, individuo y sociedad, materia y alma, jerarquía y caos, fugacidad y permanencia. Todos ellos se mueven en el territorio del duermevela y el vacío de lo real: encarnan la insignificancia de lo humano en la corriente del tiempo».

Aquí os dejamos una entrevista a Inés Mendoza con motivo de este lanzamiento editorial:

Inés Mendoza
Objetos frágiles, de Inés Mendoza

P. Este segundo libro viene a reivindicar ciertos logros de su escritura pero, lejos de parecerse a su título, Objetos frágiles, hay en sus cuentos una escritura de gran peso específico, solidez, ¿de madurez?

I. M. Es que yo juraría que lo sólido se apoya en lo frágil. Por lo que sabemos la realidad es inconsistente, caótica. Nada es seguro, eterno, perfecto o infalible, ni siquiera la ciencia. Si algo vive es porque puede morir, y a mí ese desamparo de lo vivo me asombra, me da qué pensar. Sospecho que el esfuerzo hacia cualquier libertad personal o colectiva pasa por asumir –por aguantar– esa fragilidad. Lo contrario es la fantasía histérica de la plenitud. No es que lo buscara, pero uno de los ejes de Objetos frágiles es el caos, lo precario. O más exactamente, los vínculos entre nuestra fragilidad y la del mundo objetivo (el famoso “no-yo” de los filósofos). Por supuesto, también está el plus de destrucción material y psíquica que la epidemia capitalista añade a esa fragilidad constitutiva de lo humano. No es casual que haya sacado el título del último relato de mi libro de una frase de Marx.
En cuanto a la madurez de Objetos frágiles, la dejo a juicio de cada lector/a. Yo lo que sí puedo decir es que en estos seis años he llevado al límite mis tácticas de escritura, mi manera de componer, corregir, etc. Escribí El otro fuego explorando mis dos fronteras: el romanticismo y las vanguardias. De hecho, el mismo año en que publiqué ese libro empecé a impartir cursos sobre ambos movimientos. Con Objetos frágiles me he sumergido en ellos todavía más a fondo. Y es que para mí el romanticismo es un avance de las vanguardias y las vanguardias son una culminación, casi una corrección (del aspecto político, por ejemplo), de ese proyecto de reencantamiento del mundo que emprendió el primer círculo romántico. En realidad, los primeros románticos son más contemporáneos de lo que suele creer: es sabido que Bettina Brentano incluía episodios inventados en sus narraciones biográficas, para sobresalto de su hermano Clemens.

¿Escribir en el siglo XXI respaldada por algunas tradiciones literarias ineludibles de la historia de la literatura es un salvavidas o un yunque en su escritura?

Fíjate que la imagen del yunque me gusta, porque sí me identifico con una herrera que trabaja a martillo el metal volátil de las palabras. Los otros significados de yunque también me van: soy perseverante, obsesiva, un poco terca, y según me dicen, fuerte. Y cualquier búsqueda ligada a la poesía tiene algo de salvavidas, ¿no? Para mí sí, al menos. Además, como no soy creyente busco mi salvación en los libros, para tormento de mi psicoanalista. En fin, bromas aparte: no sé qué sería de mí si no leyera, si no escribiera. Ahora, ¿qué el romanticismo y las vanguardias son mis yunques? No sería la primera escritora que trabaja así: Cortázar modela su poética sobre existencialistas y surrealistas, Borges sobre la literatura anglosajona, Kerouac sigue a Miller y a D. H. Lawrence. Como ellos, yo me dejo guiar por mi afición, por ciertas visiones del mundo. Y da la casualidad de que esas visiones suelen ser o románticas o vanguardistas. ¿Por qué? A lo mejor que porque deseo y rechazo lo mismo que ellos. Y no lo digo por colgarme etiquetas; yo sigo valorando la vieja autenticidad; desconfío de esos seudoartistas que se fingen feministas o cualquier otra cosa para vender libros. Es una vulgar estrategia de marketing. Por fortuna para todos/as, las etiquetas pasan y los/as verdaderos feministas o surrealistas, entre los que cuento a algunos de mis amigos, seguirán alimentando el bien común.
Mi manía con las vanguardias empezó cuando estudiaba arquitectura, con los proyectos utópicos de El Lissitzky. Tanto es así, que mi tesina en la Politécnica de Madrid se centró en los “arquitectones” de su maestro, Malevich. En cuanto al romanticismo, sonará raro, pero es como si mi estructura psíquica fuera romántica. Incluso antes de estudiar el movimiento tropezaba con mis convicciones más íntimas y secretas cuando leía a sus autores. Y entre las primeras “lecturas-revelación” que me marcaron están Poe, Goethe, Shelley, Baudelaire, Miller, Cortázar, Proust y Wilde. Todos románticos, al menos si se entiende el romanticismo como lo entiendo yo: como una filosofía de vida que va más allá de la corriente estética de Jena. Pero estos yunques son el molde, no el metal. Me temo, y lo digo temblando, que la lámina que forma o deforma mi martillo cuando escribo soy yo.

El poder visual, evocador, simbólico de su libro es inmenso. Hay una lógica teniendo en cuenta su universo lector, pero ¿cómo cree que lo van a identificar sus lectores?
Los símbolos son como máquinas poéticas, que operan más desde lo afectivo que desde el intelecto. ¿Hace falta conocer el romanticismo alemán o el inglés para leer Objetos frágiles? Para nada. En tal caso no sería un libro; sería una tesis; qué horror. A mí lo que me gustaría es que cada lector o lectora se sintiera cómplice de una causa: la de resucitar ciertas facultades humanas en vías de extinción. Facultades como la duda, la provocación, el cuestionamiento, la crítica, la rebelión, la invención y puesta en marcha de utopías. Ahora, que si alguien, un periodista, filólogo, etc., conoce el mapa de mi universo lector, pues yo encantada.
Claro que en Objetos frágiles hay personajes, geografías o símbolos que vienen de tradiciones literarias precisas y de campos como la arquitectura, el urbanismo o el psicoanálisis. Pero mi percepción es la de cualquier habitante de una urbe contemporánea. En nuestro mundo los paraísos solo pueden ser reales, no artificiales; los dioses, rabiosamente humanos; las profecías son mero sentido común; los cielos se contaminan, los jardines devienen signos de estatus, lo natural se desborda, y además de extranjeros y sujetos divididos, somos avatares de las redes sociales. En suma, que para entender mi libro solo hace falta ser un lector o lectora del siglo XXI.

Nos ha interesado mucho la arquitectura de su libro. Una estructura meditada que avanza. ¿De dónde surge este planteamiento? Háblenos un poco de la construcción del libro.

Sí, la arquitectura de Objetos frágiles está meticulosamente pensada, pero al mismo tiempo surgió del azar. Me explico: a medida que escribía, cada cuento iba encontrando su sitio. Cuando al fin encajaba en el conjunto, yo vivía ese hallazgo como quien descubre la pieza clave de un rompecabezas. Eso no significa que los cuentos se agrupen en cada epígrafe al azar, o porque tengan un aire de familia; de hecho no siempre lo tienen. Se ordenan en un sentido preciso; uno personal y otro “del espíritu”. Pero mejor no lo revelo; me gusta jugar a los detectives. Sí adelanto que mi intención es que Todo lo sólido, el último relato del libro,  funcione como el “da capo” de una partitura devolviendo al lector al principio. Entre otras cosas porque este relato toca prácticamente todos sus temas. Es más, decidí incluirlo cuando descubrí que, sin haberlo planeado, sobrevolaba los demás cuentos, paseaba dentro de ellos, los recorría misteriosamente, casi diría que los acariciaba.

Otro eje interesantísimo de su libro es que, parafraseando a Jacques Lacan, lo real se sitúa en lo que no atenaza la estructura del lenguaje. ¿Se siente cómoda ahí?

Lo real brota sin previo aviso, como la sangre, como una lágrima o un puño; como un orgasmo. Por eso el lenguaje no lo apresa. No sé si me siento cómoda ahí, pero cuando escribo ni siquiera pienso en la comodidad. Sí es cierto que a veces leer y escribir me producen el efecto de uno de esos golpes que da lo real: cuando escribo algo que no parece mío, cuando el corazón me da un vuelco leyendo, cuando una palabra me revuelve el estómago, el alma, o la (mala) conciencia. Quizá mientras escribía Objetos frágiles intentara revivir esa sensación, despertar una chispa parecida al Witz de los románticos, pero no lo hice ex profeso. El mundo siempre ha sido un lugar precario, impuro, dirían los escritores decadentistas, pero hoy más que nunca, nuestras sociedades caminan sobre detritus y pólvora. Entretanto, la vida-espectáculo que tanto preocupó a Debord se multiplica, crece. Puede que necesitemos que el límite que impone lo real esté más presente en la sociedad. O que yo lo necesite.

Acabemos, ¿cuánto hay de este libro en Inés Mendoza como escritora?

Mucho y poco. En Objetos frágiles mis vivencias están presentes de una manera más directa que en El otro fuego. Digamos que estos cuentos tienen mucho más de diario espiritual que los de mi primer libro. Entonces yo era más joven y el mundo era nuevo, como un Macondo que acabara de nacer. Las preocupaciones que recorren Objetos frágiles son más actuales. El tiempo, por ejemplo: qué es, cómo aguantar que pase. Es otro de sus ejes, junto al caos y la fragilidad. Mis lectores previos me han dicho que con este libro he dado un salto adelante. De ser verdad, sería porque me he arriesgado a dar un salto a lo desconocido.