Por Andrea Lorenzo, Marina Yepes y Lola Vivas

Sí, señores: la sencillez y la complejidad se vieron las caras aquí, en Cafebrería ad Hoc, el pasado jueves 13 de febrero. La primera, encarnada por Óscar García García, director de PAC (Plataforma de Arte Contemporáneo) y autor del libro «Dios salve el arte contemporáneo» y por el crítico de arte, comisario y profesor de la Universidad Miguel Hernández (Elche) José Manuel Álvarez Enjuto; la segunda, por el también crítico de arte, comisario y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Fernando Castro Flórez. ¿El motivo? García presentaba su libro. Y como el arte contemporáneo no genera los consensos de los que disfrutan Las Meninas de Velázquez (en la actualidad, claro está), el autor tuvo que enfrentarse a muchas críticas, algunas buenas y otras no tan buenas. Porque, tal y como dijo uno de los asistentes a la charla: “A lo contemporáneo le falta la distancia histórica que permite obtener cierta perspectiva”. Y, dicho esto, de ahí pasamos a la polémica.

Presentación y coloquio sobro el libro de Óscar García, «Dios salve al arte contemporáneo»

Banner sobre el libro «Dios salve el arte contemporáneo»

Empecemos. Era de esperar que se comentaran los Siete Pecados Capitales en los que se estructura el libro: la Avaricia, la Gula, la Ira, la Pereza, la Lujuria, la Envidia, la Soberbia y los artistas contemporáneos que asocian su modo de crecer a cada uno de estos pecados. No sin restar importancia al papel que juegan las instituciones del arte, el mercado, las galerías y los coleccionistas. Sin embargo, si bien es cierto que alguno de estos aspectos se trataron, la mesa redonda que se estableció giró más en torno a la forma más adecuada en que se difunde el arte contemporáneo.

Álvarez Enjuto abrió paso a la tertulia rescatando como atributo la simplicidad del libro. Un lenguaje claro, conciso, y una escritura sencilla que, en su opinión, podían llegar ya no solo al público especializado, sino al público con inquietudes y sin mucho conocimiento en torno al arte de estos tiempos, sostenía. También mencionó algunas de las particularidades de los artistas a los que recurre el autor y aplaudió la fantástica selección hecha en el libro para la elaboración de cada capítulo (por ejemplo, en la pereza nos encontramos a Robert Rauschenberg, Tracey Emin y Wilfredo Prieto, y en la ira descubrimos a Ángela de la Cruz, Marina Abramovic y Regina José Galindo). Hasta aquí una presentación tranquila y al uso. Interesante.

Pero llegó Fernando Castro Flórez. Y si bien siempre hay que prever su presencia, pues es un referente en este sector (en lenguaje vulgar lo que se dice «un pozo sin fondo»), es además, un de esos referentes que no se muerden la lengua. Y a partir de aquí, el debate.

Por razones de privacidad YouTube necesita tu permiso para cargarse. Para más detalles, por favor consulta nuestra Condiciones de compra.
I Accept
Por razones de privacidad YouTube necesita tu permiso para cargarse. Para más detalles, por favor consulta nuestra Condiciones de compra.
I Accept

Anunció que como ya había hecho una muy buena crítica de “Dios salve el arte contemporáneo” en redes, su intención al asistir a esta mesa redonda era matizar algunos aspectos del libro, en su opinión bastante importantes en cuanto a la estructura y el contenido. 

Se habló de los tejemanejes del mercado y, en concreto, de «¿por qué utilizar los siete pecados originales como pilares de la obra?» Si además, añadió, «¡falta uno!», refiriéndose a la ya antigua exclusión de la Tristeza. A partir de aquí comenzó una charla magistral sobre el origen y evolución de los pecados, el cristianismo y su influencia en el arte y el artista. ¿Que cuál es ese pecado? La tristeza, la melancolía. Y es que no existe artista que no se haya vestido con estos ropajes, nos dijo. Concluyó que el modelo de los pecados capitales podría estar obsoleto en la actualidad, que es parte de una enfermedad que asola al mundo académico (la “interpretosis”) y nos retó a reflexionar sobre la siguiente cuestión: “¿Qué significa creer en el arte?”.

Además, frente a las palabras conque había iniciado la charla Álvarez Enjuto que aludían a la simplicidad «beneficiosa» o «benéfica» de la obra, Castro reivindicó lo contrario, es decir, lo complejo (que en realidad es) como forma de expresión para el acercamiento al arte del momento, complejidad que no había encontrado, dijo, en la lectura de “Dios salve el arte contemporáneo” y que es imprescindible para un público que «realmente» quiera acercarse al mundo del arte.

En fin, volvemos a los dos bandos de siempre: debe desmigarse el arte a «todo el mundo» aún a costa de simplificarlo en exceso; o más bien advertir a aquellos que quieran acceder a él, que se preparen, que se «esfuercen» para conseguir ese acercamiento necesario. Opiniones, las ha habido y las habrá para todos los públicos. De lo que no hay duda es que la disparidad es buena, saludable, e indudablemente hace que tanto unos como otros se posicionen, piensen, le den vueltas, e enfaden o no.

En fin.

Finalmente hubo más o menos consenso en que para un público experto este libro puede servir básicamente como repaso y clasificación de artistas, críticos, museos, galerías… actuales. Y que quizá para otro, esto es un público curioso e interesado en descubrir las peculiaridades del mercado y del arte contemporáneo, este manual puede ser útil y entretenido. No deja de ser un texto divulgativo, desde el principio de la charla Óscar García García afirmó eso mismo, un libro atrayente y con gancho para despertar entre los lectores alguna que otra conciencia artística.

Además, tranquilos, que todo terminó bien: en Cafebrería ad Hoc, nos encanta la disparidad de opiniones y las contradicciones, ¡así es la vida! (¿o no?), ya que nos enriquecen, y nos hacen pensar y tomarnos unas cañas o un buen vino rodeados de gente que sabe y mucho, y discutir (ojo, en la acepción de la RAE: «Examinar y tratar entre [varias personas] un asunto») y eso, qué duda cabe, para nosotros es un lujo.