¿Hay que estar como una chota para ser poeta?
Pozuelo, miércoles 30 de enero. Un documental creado por Virna y Ernesto, estrenado en 2013, nos mete de lleno en la vida y obra de Alejandra Pizarnik.
Desde un lenguaje cinematográfico intimista y sensorial, y un relato cargado de tensiones psicológicas y pasionales, la puesta sumerge al espectador en el universo interno de Alejandra, para comprenderla desde su núcleo creativo y humano. Así, sus diarios personales, sus cartas, sus poemas, el relato de sus amigos y familiares; son la herramienta que arrojan pistas sobre el misterioso camino que la llevó a su autodestrucción.
Esta es la sinopsis que podemos encontrar en la web de dicho film. Y de esto sacamos el tema en cuestión. La excusa.
Tengo que elaborar un post sobre la estrecha relación que, de primeras, de forma iniciática, parece establecerse entre la literatura y la locura. Sí.
Para empezar, me gustaría entrar en situación con algunos ejemplos.
Alfonsina Storni. Suicidio en el mar.

Ojo: algunas miradas pueden herir su sensibilidad
Sylvia Plath. Suicidio en el horno.
Maiakovski. Suicidio por disparo.
Pavese. Suicidio por (amor).
Facundo Cabral. Asesinado por confusión.
Lorca. Asesinado por homosexual y rojo.
Juan García Lara. Asesinado político.
Jack Kerouac. La bebida.
Capote. La bebida.
Y Hemingway se voló la cabeza y Burroughs se la voló a su mujer mientras se cocía el brazo con heroína. Y Hunter Thompson perdió el norte con la mezcalina y el LSD. Y Dylan Thomas, Bukowski, Cheever, Tennessee Williams o Carson McCullers mojaban sus vidas en un continuado baño de alcohol. Y cigarrillos. Y Fitzgerald y Yeats y Panero y Bolaño y Papasquiaro. Y Blake y su ensayo sobre la percepción y Baudelaire y su ensayo sobre el vino y el hachís y Ginsberg y sus hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión.
Y la lista nunca termina. Os hacéis una idea.
¿Hay, pues, un vínculo real?
Los hay sobrios también, algunos.
¿Pero a quién le interesa?
Hay quienes celebran esta unión y la creen indispensable.
«En la poesía y en la locura hay un mismo soplo».
—Jacobo Fijman. Gran poeta argentino.
Existe también la opinión contraria.
«No es locura. Se trata de una elevada fuerza del ego».
—Hans Eysenck. Psicólogo y escritor.
Esta cuestión, me parece, tras leer todo lo que internet ha podido ofrecerme, se halla en la línea de un mundo dividido. Es un chaval en medio de una pelea de papás, cada uno tirando de un brazo hacía su extremo.
Es complejo. Y desde luego, lejos de las ciencias, es subjetivo.
Al menos, opinable.
Y no voy a dar más datos ni referencias ni citas, todo está en la red y cualquiera que esté interesado puede, sin ninguna dificultad, abordar el tema y hacerse una idea propia. Lejos o cerca de la mía que, desde hace tiempo, la tengo ya incluida en mi imaginario.

Buscas en Google «crazy truck driver» y te sale esto.
Parto de la noción de que la poesía no pasa de ser otro modo más de comunicación. Y que se puede estar pirado escribiendo un poema o conduciendo un camión. Con estos últimos hay que tener más cuidado.
Y, sin embargo, es cierto que existe algo esencial. Quizás algo etéreo. Intangible desde la razón.
La poesía parece ser una lucha. Una batalla a muerte que uno establece contra uno mismo. Si es buena.
Es hurgar. Es escarbar. Un telescopio dentro de un pozo. Ahora me viene a la mente la imagen de Alicia cayendo por la madriguera de conejo. Contemplando todo tipo de cosas extrañas, amorfas e imposibles. Cosas que solo podrían habitar dentro de ella misma. Y que, para descubrirlas, hay que caer. Hay que perseguir lo que no existe, y caer. Y, siempre que no haya fondo, seguir cayendo.
Es una búsqueda de la verdad en uno mismo, contra uno mismo y contra el mundo.
Y parece un objetivo peligroso. Fácil perderse. Fácil no volver.
Y, de nuevo, sin embargo, tan dulce que se niega a ser evitado. Una vez que se traspasa el suelo, no se puede volver. Ni se debe.

Si lo buscas, lo encontrarás. Cuidadín.
¿Qué pasaría si un astrónomo, desde su torre, mientras observa nebulosas y estrellas y agujeros negros, de repente, se encontrase con Dios? Montado en bicicleta, llevando un vestido a juego con los pompones del manillar mientras silba una melodía popera, sobre un asteroide desconocido.
Perdería el juicio. En ese mismo instante.
La poesía es la búsqueda antinatural de la misma naturaleza, la necesidad de descubrir de que color es la bicicleta y como lleva el pelo. La indispensable y totalmente inexorable búsqueda. No se puede evitar, para el poeta. No se puede evitar, para el poeta.
Y alguno, por pura estadística, termina encontrando a Dios. Y perdiendo, para los que no tienen telescopio, sociabilidad, adaptabilidad, y la actitud común.
Es un juego peligroso.
Como jugar a pinchar una navaja entre los dedos hasta que uno sangra. Y la contempla.
Para variar, se me está yendo la pelota a otro tejado. Y no he propuesto nada conciso.
Aunque tratándose de este tema, me voy a dar la licencia. Y lo voy a dejar aquí. Donde nada está claro. Donde sigue sin ser verbal. Aunque tampoco carne.
Lo voy a dejar con un poema. Referente al tema ¿cercano?
Así, dándolo todo. Os quejaréis…
Se puede habitar en la lucidez
constante
como caídas en la arena y el corazón en las tierras altas
y se puede habitar en la lucidez
en apuesta arriesgada
como espera futurista y dopamina y electrónica líquida
y se puede habitar en la lucidez
de flecha curva
como el apego materno y las tallas breves
y se puede habitar en la lucidez
genérica
como quien persigue nébulas por su concentración de polvo.
Gracias.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]